El 23 de julio de 2011, la música perdió a una de sus figuras más talentosas y controvertidas. Amy Winehouse, la prodigiosa cantante británica, fue encontrada sin vida en su domicilio a los 27 años. Con una cantidad inusitada de alcohol en sangre, su muerte la convirtió en un mito a temprana edad, al igual que otras leyendas como Janis Joplin. A pesar de haber lanzado solo dos discos, su legado perdura y cada año, cerca del mediodía, su familia se reúne en el cementerio Edgware de Inglaterra para recordarla.
Hoy, Amy Winehouse tendría 40 años, pero para el mundo siempre será esa joven de 27, atrapada en el tiempo durante aquellos años intensos donde la gloria, el dolor y el descontrol se entrelazaron. Su padre, Mitch Winehouse, se ha convertido en una figura mediática que, a pesar de su apariencia segura y firme, cambia al hablar de su hija. Mitch ha sido criticado por su aparente falta de reconocimiento de los problemas de Amy hasta que fue demasiado tarde, y su rol como padre ausente ha sido cuestionado por muchos.
La muerte de Amy fue un momento de señalamiento tanto hacia su familia como hacia la prensa sensacionalista británica, que la acosó y persiguió mientras se deterioraba en público. La voracidad de los medios no mostró compasión por su vulnerabilidad, y Amy vivió bajo constante vigilancia, con guardias periodísticas en la puerta de su casa esperando capturar su colapso.
Mitch Winehouse ha expresado que, con el tiempo, la sociedad ha aprendido a ser más comprensiva con los problemas de salud mental. Amy sufría de depresión y bulimia desde la adolescencia, condiciones que ocultó durante mucho tiempo antes de que el alcohol y las drogas dominaran su vida. Aunque logró alejarse de las drogas en algún momento, el alcohol nunca dejó de ser parte de su existencia.
El 23 de julio de 2011, a las diez de la mañana, su guardaespaldas no escuchó nada desde su habitación, asumiendo que Amy dormía después de haber estado despierta hasta tarde. Sin embargo, a las tres de la tarde, al no obtener respuesta, entró a la habitación y encontró su cuerpo sin vida. A su lado, tres botellas de vodka vacías. Los análisis toxicológicos revelaron una intoxicación etílica con 4.16 gramos de alcohol por litro de sangre, muy por encima del límite para el coma alcohólico.
La noticia de su muerte, aunque devastadora, no sorprendió a nadie. Su caída había sido pública y previsible. Amy dejó atrás una corta pero exitosa carrera, con millones de discos vendidos y múltiples premios, incluyendo cinco Grammys y varios Brit Awards. Su inclusión en el tristemente célebre “Club de los 27”, junto a otros rockeros que murieron a esa edad, subraya su legado y la tragedia de su vida.
Amy Winehouse vivió una existencia marcada por la soledad en sus últimos días, alejándose de amigos y familiares mientras luchaba contra sus demonios. A pesar de su talento y éxito, su vida terminó de manera prematura, solitaria y dolorosa, recordándonos la fragilidad de la fama y los desafíos de la salud mental.
Su memoria sigue viva en su música, y cada aniversario de su muerte es una oportunidad para reflexionar sobre su impacto en el mundo y la necesidad de mayor empatía y comprensión hacia aquellos que luchan con problemas de salud mental.