Allá por los tiempos de los romanos, el calendario estaba más revuelto que un cóctel mal servido. En eso llegó Julio César, quien, aparte de conquistar tierras y echar discursos, decidió que el calendario necesitaba una buena arreglada. Y como el compa no era nada modesto, se le hizo fácil ponerle su nombre a un mes: julio. Pero no solo eso, también le puso 31 días, porque, pues, ¿cómo iba a tener menos?
Años después, llega César Augusto, otro emperador con ínfulas de grandeza, y cuando ve el mes de Julio con 31 días, seguro pensó: “¿Y yo qué, soy menos o qué?” Así que también se agenció su propio mes: agosto, y claro, tenía que ser igual de largo.
Pero aquí es donde viene la tragedia de febrero. Como el calendario tenía que cuadrar y ya no había tantos días para repartir, le dejaron nomás 28. ¡Y ni modo! Así se quedó. Solo cada cuatro años le echan una ayudadita con el 29 para que no se sienta tan feo.
Y así fue como, por las vanidades de dos emperadores que querían brillar, febrero terminó siendo el mes más corto del año. Pero bueno, al menos es el más especial… ¡y el más práctico cuando ya andamos gastados después de la cuesta de enero! 😆
