Un estudiante de zen, se quejaba de que no podía meditar: sus pensamientos no se lo permitían. Habló de esto con su maestro diciéndole:
-“Maestro, los pensamientos y las imágenes mentales no me dejan meditar; cuando se van unos segundos, luego vuelven con más fuerza.
-No puedo meditar.
-No me dejan en paz”.
El maestro le dijo que esto dependía de él mismo y que dejara de cavilar. No obstante, el estudiante seguía lamentándose de que los pensamientos no le dejaban en paz y que su mente estaba confusa. Cada vez que intentaba concentrarse, todo un tren de pensamientos y reflexiones cortas, a menudo inútiles y triviales, irrumpían en su cabeza.
El maestro le dijo: ¨Bien. Aferra esa cucaracha y tráela en tu mano.
-Ahora siéntate y medita¨.
El discípulo obedeció. Al cabo de un rato el maestro le ordenó:
-¨Deja la cucaracha¨.
El alumno así lo hizo y la cucaracha cayó al suelo.
Miró a su maestro con estupor y éste le preguntó:
¨Entonces quién domina a ¿quien tú a la cucaracha o la cucaracha a ti?¨.