Durante la Revolución Industrial, los obreros se enfrentaban a jornadas infernales de seis días, sin apenas tiempo para soñar con un respiro. Pero entre el humo de las fábricas y el ritmo implacable del trabajo, surgió una teoría tan curiosa como divertida: la de los borrachos y el mítico San Lunes.
Se cuenta que, después de largas semanas de arduo trabajo, los obreros se reunían para celebrar con una buena dosis de alegría (y, por qué no, de copas). El domingo se convertía en la noche de desahogo, donde las penas se ahogaban en cerveza y las penas se olvidaban entre risas. Sin embargo, la resaca del lunes era tan legendaria que hasta parecía tener vida propia: llegaba el temido “San Lunes”, ese lunes sagrado y casi maldito, que hacía que hasta el más bravo sintiera la necesidad de quedarse en cama.
Fue entonces cuando, entre gritos de “¡Basta ya de sufrir!”, se ideó la solución perfecta: conceder un día extra de descanso para que los borrachos pudieran recuperarse de sus épicas jueras. Así nació el fin de semana de dos días, un regalo de ingenio y, por qué no, de pura supervivencia laboral. ¡Un aplauso para los que encontraron en la diversión la chispa para transformar la rutina!
Hoy celebramos no solo la historia de la lucha obrera, sino también esa pizca de humor que nos recuerda que, incluso después de la fiesta más salvaje, siempre hay espacio para un descanso bien merecido. ¡Salud por los borrachos, por el San Lunes, y por el fin de semana de dos días que nos permite soñar, reír y, sobre todo, recuperarnos para enfrentar la nueva semana!