Sacas la ropa del tendedero, la tocas, y dudas. ¿Ya se secó? ¿O sigue húmeda? ¿La guardo o la dejo un ratito más? Si esto te suena familiar, no te preocupes: no es que seas indeciso, es que así funciona el cuerpo humano. Literalmente, no estamos diseñados para detectar la humedad de forma directa.
Los humanos no contamos con sensores especializados para percibir la humedad en el ambiente o sobre los objetos. No tenemos “higroceptores” como tal. Lo que hacemos es sacar conclusiones con base en otras pistas: si algo está frío, automáticamente pensamos que está húmedo. Si se ve más oscuro, creemos que sigue mojado. Si huele raro… mejor ni lo guardes.
De hecho, cuando una prenda está fría y no del todo seca, nuestro cuerpo puede confundir esa temperatura baja con la sensación de humedad. Pero ese juicio es una especie de ilusión sensorial, no una lectura certera del entorno. Un engaño diario digno de un sketch de La ciencia de lo absurdo.
Así que la próxima vez que te frenes cinco minutos frente al tendedero, dale chance a tu cerebro: está haciendo lo mejor que puede con información limitada. Y si dudas, mejor vuelve a tenderla. Total, ¿quién necesita certeza cuando puedes tener ropa más aireada?